martes, noviembre 13, 2012

Ombligo de mono

 Entrar en una cueva con pinturas rupestres es como asomarse a un pozo de conocimiento muy profundo y oscuro, donde por más que miras no consigues ver el fondo, pero sabes que está ahí. Y si tiras una piedra, te devuelve un sonido tan extraño al oído que no consigues diferenciar entre el golpe en el fondo y el eco producido. Yo creo ver al final un espejo luminoso y redondo, con nuestro propio reflejo de mono vestido que le lanza piedras a la luna.
Me pregunto al precio de desaprender qué aprendimos a ser lo que somos. Esa mirada limpia a los bisontes del genio de Altamira contrasta con la torpeza mostrada al representar la figura humana, que es, sin embargo, el centro del dibujo en el Homo Sapiens del siglo XXI.
Ese pozo oscuro está en nuestros corazones, y es nuestra naturaleza. Y al fondo hay un ombligo enorme al que miramos con visión, no de pozo, sino de túnel.